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El teatro musical y el cine han creado, en la primera mitad del siglo XX, un inmenso conjunto de obras de las que siempre se han nutrido la música popular y el jazz.

 

Autores como Cole Porter, George Gershwin, Irving Berlin o Jerome Kern, entre otros, pusieron la banda sonora de un mundo imaginario que se presentaba como ideal. Un espacio donde la mente podía huir por un rato de la realidad, definida menos por teléfonos blancos y bailes de gala; que por las guerras o la depresión económica.

 

Ese universo genero su propio lenguaje y sus propias referencias que nos sirven como conexión con un tiempo que nos es ajeno, pero que aprendimos a querer desde pantallas en blanco y negro y discos de vinilo. En el amor a esa época y sus símbolos en donde nace Noche y Día. El sueño de hacer realidad un sueño. El deseo de una realidad más ingenua y sencilla en la que, como en una película vieja, un guiño o una sonrisa al pasar sean como una promesa.

 

Como Cecilia en La Rosa Purpura del Cairo, nos sumergimos en la música que nos lleva a esa otra realidad, con la esperanza de que sea posible.

 

Por un rato al menos.

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